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martes, 14 de febrero de 2017

Relato "Tú, yo y dos cartones"

¡Hola, hola!

Hace mucho que no me paso por aquí, así que, antes de nada, quiero pediros perdón. (¿Cuántas veces he empezado así una entrada del blog? Creo que he perdido la cuenta). Sí, he estado muy liada terminando el borrador de una novela, con el trabajo, con... la vida en general, pero aun así... me habría gustado no dejar tan abandonado el blog. Siento también no haber visitado prácticamente los vuestros, de verdad.

No voy a prometer que estaré más presente por aquí, aunque me gustaría intentarlo. Supongo que es cuestión de organizarse (ja... suerte con eso, Lorena).

Desde la última vez que estuve por aquí, hemos cambiado de año, y, aunque sí lo he felicitado por las redes sociales, aprovecho para desearos por aquí también un 2017 lleno de felicidad, salud, amor y muchísimas risas.

Bueno, y dicho esto... os cuento qué hago aquí hoy. Es San Valentín (ah, sí? No me digas? No nos habíamos enterado. Gracias, Lorena) y, aunque creo que el amor es algo que se demuestra día a día, me apetecía compartir aquí un relato breve que escribí hace tiempo y que, justo un día como hoy de hace tres años, quedaba cuarto en el sorteo que organizó Estefanía del blog Ecos de la distancia por San Valentín.

Sin más, aquí os lo dejo. ¡Feliz martes!





TÚ, YO Y DOS CARTONES.

La habitación está en silencio. Observa los posters del Gran Cañón que le trajo hace semanas y que ahora decoran toda la pared de la ventana, y sonríe. No es como estar allí de verdad, pero al menos disimulan el aura fría típica de los hospitales. Cuando se pone nervioso, ella le recuerda que los mire y piense solo en el día en el que por fin estén allí, juntos.
Está durmiendo, y eso es tan raro en él que prefiere pasar de puntillas y sentarse a su lado sin hacer ruido. Su pecho sube y baja de forma pausada, sus párpados envuelven esos ojos castaños que ella adora. Le acaricia el pelo oscuro con dulzura y recuerda que necesita cortárselo. Cree percibir una ligera sonrisa en sus labios; debe de estar soñando algo bueno.
Le encanta verlo así, tan relajado. Odia cuando su rostro se contrae de dolor cada día sin que ella pueda hacer nada.
Lo ha echado de menos. Se acomoda en el sillón y le coge la mano. Está fría, como siempre.
—Ha pasado una mala noche —dice la enfermera al asomarse por la puerta.
Alba frunce el ceño y suspira.
—No debí haberme ido —responde, torturada por la culpa. María sonríe.
—Llevas tres meses durmiendo aquí, Alba. Necesitabas una noche para recargar pilas. Además, ya conoces a Álvaro; casi nos obligó a echarte.
La chica sonríe con tristeza y asiente, aunque sigue arrepentida. Vuelve la cabeza hacia él y descubre que está despertando.
—¡Eh! Hola, dormilón. —Se levanta y le da un beso en los labios.
—Mira quién habla. —Se frota los ojos y bosteza—. ¿Has descansado?
—Como un bebé —miente ella. No piensa confesar que se ha pasado la noche entera llorando.
—Estás más guapa que nunca —le dice él antes de cerrar los ojos y sonreír mientras aspira—. Y además hueles a lavanda. ¿Lo has hecho por mí?
—Pues claro —Le guiña un ojo—. Hoy es San Valentín, ¿recuerdas?
La sonrisa de Álvaro va desapareciendo mientras baja la vista.
—Ojalá pudiera llevarte a cenar —se lamenta. Alba se sube a la cama y se tumba junto a él. Hunde la nariz en el hueco de su cuello.
—Estar contigo es todo lo que quería para este día, así que gracias.
Se quedan un rato así, en silencio, observando las imágenes de la pared.
—Cuando vivamos juntos, todo será diferente —dice él. Ella se ríe por lo bajo y chasquea la lengua.
—¿Otra vez con eso? No tenemos dinero. Además, ya vivimos juntos. ¿O acaso no duermo contigo cada noche? —añade con picardía.
—Hablo en serio —repone Álvaro y la mira fijamente, casi como si la desafiara—. Voy a vivir contigo.
Sus ojos brillan con determinación y pasión, pero Alba sabe que ese deseo jamás llegará a cumplirse. Traga saliva; tiene un nudo en la garganta.
—¿Y se puede saber dónde? —pregunta, porque prefiere seguir con la ilusión—. ¿Bajo un puente y entre cartones?
—Pero serán nuestros cartones —insiste él. Los dos se echan a reír.
Alba no quiere pensar en eso. No quiere pensar en que esa habitación será la última que compartan, porque entonces volverá a derrumbarse.
—¿Sabes? Tienes razón. Las paredes están sobrevaloradas —añade y hace un mohín con la mano.
—Entonces… ¿tú, yo y dos cartones? —le pregunta Álvaro entusiasmado.
Alba se acerca tanto que las puntas de sus narices se tocan.
—Tú, yo y dos cartones —susurra.
Álvaro sonríe agradecido y de repente da un respingo.
—¡Tengo algo para ti!  —exclama.
—¿Para mí? —pregunta ella, extrañada, mientras se aparta un poco.
—No creerías que me olvidaría de tu regalo, ¿no?
—¿Regalo…? —Se pasa un mechón de cabello por detrás de la oreja. No sabe muy bien por qué, pero se ha puesto nerviosa.
—Cierra los ojos —le pide él mientras dirige la mano hacia el cajón. Alba obedece sin rechistar y comienza a tocarse los dedos—. ¿Preparada? ¡Ábrelos!
Delante de ella hay un ramo de rosas de papel hechas a mano. —Álvaro… es precioso. —Lo coge despacio para no deshacerlo mientras intenta controlar sus emociones. La barbilla está a punto de temblarle.
—Sé que no son rosas de verdad, pero… —Te quiero —le interrumpe ella antes de robarle un beso.
Él le responde con ganas y le vuelve a hacer sitio en la cama para rodearla con su brazo.
—Pero yo te quiero más.